Mucho se ha escrito y considerado acerca del suicidio en la sociedad actual, pero realmente este es un flagelo social tanto del pasado como del presente, y ya ha sido caracterizado como un problema se salud pública.
Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de 800 mil personas se suicidan cada año, lo que significa una muerte cada 40 segundos. Es la segunda causa de muerte de personas entre los 15 y los 19 años de edad.
Los índices de mortalidad por suicidio son superiores a los de mortalidad total causada por la guerra y los homicidios; 75% de los suicidios se produce en países de ingresos bajos y medianos.
Así mismo, hay un estimado de que para el año 2020 la morbilidad en cuanto al suicidio habrá superado 2.4% en los países desarrollados y en los antiguos países socialistas.
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El suicidio ayer y hoy
Con estas estadísticas, es lógico que exista alarma en los organismos multilaterales dedicados a la salud de la población mundial, especialmente cuando el suicidio está asociado a implicaciones psicopatológicas, morales, sociales y económicas.
Estos factores están lejos de ser abordados y resueltos o forman parte de la agenda pública de los países donde existen altos índices de suicidio.
Anteriormente, las tasas de suicidio se registraban en hombres de edad avanzada, pero en la actualidad ese registro ha dado un giro preocupante, pues el flagelo este problema está afectando a la población joven, hombres y mujeres.
Los índices se han incrementado hasta el punto de que son los jóvenes el grupo de mayor riesgo en muchos países desarrollados o en vías de desarrollo.
¿Una sociedad desesperante?
Hasta hora, nadie ha dado con la causa real que lleva a una sociedad a presentar altos niveles de suicidio, pero, diversos autores, investigaciones e instituciones dedicadas a este tema, consideran que existen muchas “situaciones sociales que empujan al suicidio de un modo desesperante e innecesario”.
Y es que la actual organización social es “abusiva, injusta y sutilmente autoritaria, donde se ha fomentado, por encima de todo, la competencia, el individualismo egoísta y el amor al dinero”, de acuerdo con los estudios.
Lo que significa que la sociedad actual adolece de un sometimiento económico, cosificación, alienación y descomposición moral, y supone el aumento del número de personas cada vez más aisladas, depresivas, apáticas, neuróticas, sin objetivos de vida ni motivación para proponerse ni alcanzar metas propias.
No es una enfermedad mental
Aunque existen algunos eventos que marcan hitos en una sociedad a partir de los cuales aumentan los suicidios, como las guerras, las crisis económicas, epidemias y enfermedades, las dictaduras y los sometimientos políticos, entre otros, que conducen a desequilibrios mentales, también es cierto que no se ha determinado que el suicidio sea un problema de salud mental.
Los hallazgos sobre las causas del suicidio apuntan más a una dificultad existencial debido al estrés, por no tener herramientas para tomar el control de la vida o de buscar la ayuda profesional necesaria y oportuna.
Cuando un individuo está marginado o excluido de un sistema, se le está rompiendo su esquema personal y social, lo cual lo conduce a un estado de tristeza, frustración, decepción y depresión.
Como se sabe, la depresión está relacionada con el suicidio y es un verdadero problema de salud debido a su alta incidencia y a sus consecuencias, las cuales alteran el sistema productivo. Además, está asociada a la incapacidad temprana de las personas en edad productiva y afecta no solo a la persona, sino a su ámbito familiar y social.
Es posible que factores como el estrés, la falta de empatía, el individualismo, la competitividad y la alta exigencia de la sociedad actual tengan mucho que ver con el aumento de la depresión y su consecuente alto índice de suicidio.
Sin embargo, ningún gobierno ha tomado medidas que conduzcan a disminuir esta incidencia, ni siquiera a determinar las causas que llevan a las personas a tomar la decisión de quitarse la vida.
Se supone que todo lo que esté asociado con la salud pública, y en este caso el suicidio, requiere de un desembolso económico dirigido a campañas de información, educación y concientización que muchos gobiernos no están dispuestos a asumir.
El suicidio y los medios
Existen dudas acerca de si los datos de suicidios son reales, en vista de que muchas muertes por esta causa están registradas como accidentes, pues el suicidio no ha dejado de ser un tabú social por temor al efecto Werther, conocido también como el contagio social.
Según la OMS es recomendable no publicar en la portada de periódicos o revistas los hechos de suicidio, ni dar muchos detalles sobre cómo la víctima llevó a cabo el hecho. Esto lo tienen en cuentan las instituciones del Estado para no difundir los pormenores de estos eventos.
El efecto Werther es un fenómeno que debe su nombre a Las penas del joven Werther, novela de 1774 de Johann Wolfgang von Goethe, en la que el personaje principal se quita la vida por su sufrimiento de amor, y según la literatura relacionada, muchos jóvenes que leyeron la historia decidieron suicidarse de la manera como lo hizo el personaje.
Ante este fenómeno, las autoridades de Alemania, Italia y Dinamarca prohibieron la novela. El nombre de efecto Werther lo acuñó David Phillips en el año 1974, sociólogo que hizo un estudio entre los años 1947 y 1968 que demostró que “el número de suicidios se incrementaba en todo Estados Unidos al mes siguiente de que el New York Times publicara en portada alguna noticia relacionada con un suicidio”.
Un caso de referencia obligada que demuestra el efecto mencionado es la “epidemia de suicidios” que se evidenció en 1962 tras la muerte de Marilyn Monroe. Igualmente está el efecto que produjo el suicidio del guitarrista y vocalista del grupo Nirvana, Kurt Cobain.
La historia también recuerda el «Síndrome Yukko», fenómeno referido al suicidio de 31 adolescentes japoneses luego de que su ídolo, la cantante Yukiko Okada, saltara de un séptimo piso.