La tolerancia es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias, según la Real Academia Española. Se considera un valor fundamental para la libertad, la democracia y la sana convivencia social.
Pero, ¿es conveniente respetar todas las ideas, creencias o prácticas incluso cuando ponen en riesgo la democracia y la paz social?
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¿Cuáles son los límites de la tolerancia?
Tolerar significa respetar, dialogar y trabajar por encontrar puntos de encuentro entre la diversidad que favorezcan el bienestar colectivo y la coexistencia pacífica. No implica resignación ni renuncia a las propias ideas, creencias o prácticas, tampoco la imposición de estas a quienes piensan distinto. Mucho menos significa desinterés y desidia ante situaciones de injusticia porque nos convertiríamos en cómplices de crímenes.
Según la filósofa española Victoria Camps, la tolerancia “es la virtud por excelencia de la democracia”. Esta virtud tiene dos perspectivas, una moral y otra política. La virtud moral significa que ser tolerantes es aceptar las opiniones, creencias y prácticas de los otros aun cuando sean distintas a las nuestras. Como virtud política se refiere a la aceptación de la pluralidad, gracias a lo cual las sociedades democráticas mantienen sus sistemas de convivencia.
El primer límite de la tolerancia es que no se vulneren la libertad individual ni los derechos humanos. Si la libertad y los derechos se coartan, la imposición domina sobre el respeto y la convivencia se vuelve frágil. Surgen las posiciones radicales, contrarias a la tolerancia. Son posiciones que buscan obligar a los otros a asumir, sin posibilidad de discusión, sus ideas como las únicas válidas para alcanzar el bien común.
La tolerancia debe predominar ante:
- Las diferencias étnicas, políticas, ideológicas, culturales, religiosas, sexuales y económicas.
- Las opiniones distintas a las nuestras, aquellas que no sean de nuestro agrado o no nos interesen.
La tolerancia debe establecer límites, en el marco de la ley, ante:
- El asesinato, el abuso sexual, la trata de personas y el tráfico de órganos humanos.
- La explotación laboral y la esclavitud.
- El terrorismo, el tráfico de armas y de drogas, la tortura y el secuestro.
- La corrupción y la destrucción del medioambiente.
- El racismo y la xenofobia.
No tolerar a los intolerantes
El peligro que significa permitir demasiado siempre está latente. La historia de la humanidad está llena de atrocidades que quizás pudieron haberse evitado con menos permisividad y pasividad ante conductas que promovían la intolerancia.
No tolerar a los intolerantes es la paradoja de la tolerancia, según el filósofo Karl Popper. En su libro “La sociedad abierta y sus enemigos” (1945) expresó que “la tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia”.
En el texto escrito durante la Segunda Guerra Mundial, Popper advirtió el peligro de extender la tolerancia sin límites a aquellos que son intolerantes. Si la sociedad abierta no está preparada para defenderse ante los atropellos de los intolerantes, las personas tolerantes y la tolerancia terminan destruidos.
Popper defendía, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. A exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley. Esto no quiere decir que se debe acallar a quienes tienen concepciones filosóficas intolerantes o antidemocráticas. Según Popper, la sociedad debe intentar contrarrestar estas ideas y los movimientos que las promueven mediante argumentos racionales y el debate público. La prohibición sería necesaria, incluso por la fuerza, cuando ya estos movimientos no quieran imponerse con argumentos racionales, sino con el uso de la violencia.
La práctica de la tolerancia tanto individual como colectiva no resulta fácil, sobre todo en la actualidad cuando los extremismos parecen ganar terreno.
Se necesita la protección de la ley para evitar que se imponga una única visión del mundo y se abran paso dictaduras y totalitarismos. Una sociedad plural debe luchar por no dar cabida a la negación de los valores de los otros. Pero debe intentar por todos los medios que prevalezcan la legalidad y el diálogo antes que combatir a los intolerantes con intolerancia y violencia. Esto último solo conduciría a generar más intolerancia y resentimiento, situación nada deseable porque significaría vulnerar la convivencia democrática.
Tolerancia positiva y tolerancia negativa
La tolerancia tiene un sentido positivo y otro negativo. En sentido positivo, se opone a la exclusión de lo diferente, al rechazo de otros por motivos raciales, ideológicos o religiosos.
Esta oposición se traduce en acción, porque una sociedad tolerante en sentido positivo actúa para neutralizar la promoción y las actitudes de intolerancia. No se inhibe cuando está en peligro la vida de un individuo, que puede ser la propia vida, o la de los demás.
Dentro de la dimensión positiva, se expresa en el esfuerzo para reconocer las diferencias y comprenderlas. Es un reconocimiento del derecho del otro a ser distinto, es otorgarle valor a la igualdad y a la libertad de expresar las diferencias.
La tolerancia positiva también se expresa en la solidaridad cuando una persona apoya de forma incondicional causas ajenas en pro del beneficio colectivo.
El sentido negativo se manifiesta cuando una sociedad no es lo suficientemente firme para oponerse a aquello que puede hacer daño. Cuando deja espacio a las acciones de intolerancia sin resistencia ni réplica aunque sea evidente que no benefician al individuo ni a la colectividad. Cuando apela demasiado a la paciencia, o actúa con indiferencia o subestimando el real peligro que representa la intolerancia para mantener los cimientos democráticos.
Los límites a la tolerancia hacen posible que esta se fortalezca frente a las amenazas de las prácticas intolerantes. Las sociedades deben inculcar desde la infancia los valores de la libertad y la democracia. Educar a niños y jóvenes en la comprensión de los demás, en la diversidad de las culturas e historias, destacando la común condición humana. Enseñarles la necesidad de renunciar a la violencia, de adoptar el diálogo para resolver conflictos, sin que ello signifique tolerar injusticias y vulneración de derechos. Mostrarles que se puede ser solidario con las causas ajenas sin renunciar a la identidad propia y al respeto a los demás.
no me sirvio
Dentro de la arquitectura del pensamiento es bastante útil saber este tipo de información, gracias por compartir!!