A lo largo de la historia y en cualquier disciplina el hombre se ha enfrentado al dilema de hacer selecciones, y muchas de estas llevan implícito un mal. Aunque menor, el mal siempre es un mal, por lo tanto el dilema es ético y moral.
El principio del mal menor se ha aplicado en todas las áreas, aunque más comúnmente sabido en medicina, filosofía, religión, y, obviamente, en política, donde el concepto ha sido llevado más como una doctrina.
La política del mal menor supone la presentación de propuestas malas, aun sabiendo que lo son, pero con la idea de frenar el curso de otras propuestas que son peores. Esto, sin duda, representa un ofrecimiento poco moral, que a la larga también será ineficiente y poco eficaz.
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¿Cómo entender la política del mal menor?
En filosofía se ha explicado que el mal por sí mismo no tiene ninguna identidad, pues se trata de la falta o ausencia del bien. Entonces, el mal menor solo es carencia de bien.
Existen limitaciones, tanto internas, es decir, que atañen al individuo; como externas, que dependen de terceros o del entorno, que nos ponen lejos de lo perfecto o de lo ideal, bien sea individual o socialmente.
Esta premisa está sujeta a la doctrina del mal menor que exige evitar el mal y buscar el bien, de allí que ante una elección, en el caso de que nuestra responsabilidad sea únicamente la de elegir, nuestra ética nos induce a elegir lo mejor; pero si todo lo que se está por elegir es malo, debemos elegir el mal menor.
El cambio surge cuando en lugar de elegir debemos proponer o tomar acciones, ¿valdrá la elección simple del mal menor porque todas las propuestas sean malas? Éticamente estaríamos llamados a proponer no el bien sino lo mejor.
En materia política, el mal menor como táctica ya no está supeditado al evento electoral, sino que supone las propuestas de unos males (considerados menores) para impedir la victoria de otros males (identificados como mayores).
Ese es el drama político que prevalece y se mantiene cuando existe la responsabilidad de someter una propuesta a elección; y, considerando este aspecto, desde lo ético y moral no puede ser legítima la propuesta de un mal, aunque se trate de un mal menor.
¿Por qué no es buena la política el mal menor?
Puede parecer fantasía a estas alturas del desarrollo de la humanidad, y se tiene que apelar al sentido ético y a la madurez política que ostentan algunas sociedades, considerando su trayectoria y la superación de eventos de los que mucho han aprendido.
- La política del mal menor no puede ser una opción recurrente porque la política como doctrina al servicio de la sociedad y como principio que busca el bienestar, no puede proponer ni hacer el mal.
- Así mismo, el cuerpo de electores no puede ni debe limitarse a elegir de forma pasiva entre las malas propuestas, de allí que se haga necesaria la participación activa de la sociedad en los asuntos políticos, fijando posición, haciendo contrapeso y fungiendo como contralores de esas acciones políticas que la involucra.
- La política del mal menor viene a ser una muestra de mediocridad por parte de quién o quienes la proponen, pues es la demostración de que no pueden hacer nada más allá de eso.
- Como consecuencia se desvirtúa la participación ciudadana que cae en el juego de elegir y secundar el mal menor a cuenta de que no existen otras opciones.
- La política del mal menor convierte lo extraordinario en cotidiano, y aquellas situaciones que ocurrían eventualmente, se hacen parte del entorno y de la forma de vida común, llegando a ser familiar y hasta necesario.
- Una situación traída bajo la política del mal menor se va prolongando y quedando en el tiempo, y lo va convirtiendo en un mal mayor, como aquello que comenzó siendo un pequeño extravío de recursos para después terminar en un verdadero escándalo de corrupción.
- Otra muestra de por qué no es conveniente la política del mal menor es porque ha demostrado no ser eficaz en la reducción de los males, pues lo que comienza mal, termina mal.
- Con la política del mal menor se justifican acciones, opciones y propuestas de las que todo el mundo no está consciente, o sencillamente desconoce, considerando que en política lo común es hacer elecciones sobre propuestas insuficientes, poco claras, especialmente sobre cómo evolucionarán, cómo se llevarán a cabo y cómo se materializarán.
- Tampoco está muy claro en todo momento qué es lo bueno o qué es lo malo; pues lo que favorece a un grupo no necesariamente es el bien para otros.
- La política del mal menor somete a un conglomerado a sumergirse en el maniqueísmo, pero esta vez no del bien y el mal, sino del mal y el menor mal, cuestión que en términos populistas representa un poco lo que ha contribuido a ponderar el mal como bien a cuenta de que está avalado por la mayoría.
¿Cómo se llega a la política del mal menor?
Quizá llegar a formar parte de la política del mal menor tenga mucho que ver con las reacciones o la pasividad con que la sociedad asume el mal menor, o una mezcla de varios factores que facilitan no solo las propuestas de mal menor sino la instalación de este.
- Puede arraigarse la política del mal menor por el deslumbramiento de la propuesta; socialmente no existe información profunda o completa que impulse la discusión y el discernimiento sobre el mal y la propuesta se apruebe sin mayor contrapeso.
- Por el agotamiento de la sociedad ante la falta de propuestas que satisfagan sus necesidades de mejora o cambio, lo cual se traduce en apatía y falta de interés.
- Gracias a la comodidad de no contradecir sino de aceptar propuestas a cambio de que no nos exijan nada más allá de recibir lo que nos quieran dar.
- Por las constantes derrotas en las cotidianas y desiguales luchas para enfrentar al sistema, que conducen a no querer participar más en el juego político, sino a mantenernos socialmente pasivos.
- Otra forma de mantener la política del mal menor es la falta de políticos estadistas con visión de futuro que hagan propuestas más allá de las que comúnmente se hacen.
- La misma ingenuidad ciudadana que prevalece en algunas sociedades también abona el terreno para instaurar una política del mal menor y que se haga cotidiana.